Fahrenheit 451
Ray Bradbury
Guy Montag es bombero en un futuro en el que no hay que apagar incendios domésticos porque las casas, tratadas con una capa ignífuga, ya no arden. Pero la nueva función de los bomberos no es menos importante: descubrir y quemar los libros que algunos todavía atesoran, prohibidos porque se considera que solo sirven para divulgar ideas falsas, difundir invenciones y mentiras y para confundir a la gente, que en cambio puede disfrutar del ocio oficial, un entretenimiento banal que ahorra el esfuerzo de pensar y llega a sus salas a través de cuatro paredes que son otras tantas pantallas de televisión. Una noche, al volver a casa del trabajo, Montag conoce en la calle a la hija adolescente de unos vecinos excéntricos que, en lugar de ver constantemente la televisión, suelen conversar animadamente entre ellos hasta la madrugada. Los días siguientes, cada vez que coinciden, la muchacha, con auténtica curiosidad y frescura, lo interroga sobre su profesión. Quiere saber si le gusta, si es feliz, si está convencido de lo que hace. Quiere saber también si es cierto algo que ha oído: que hubo un tiempo en que la función
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