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de GAMBOA, JOSÉ MANUEL
de GAMBOA, JOSÉ MANUEL
Nuestros trotamundos supieron en sus lances por el planeta contrastarque, en efecto, el ser terrestre flamenco ha alcanzado algún que otrologro plausible con su único estilo de rasgar el silencio y modelar el espacio. Habían puesto el flamenco en er mundo. Y sucedió así que los oriundos de su lar, los caseros compatriotas, aprendieron, de cuandoen cuando, a disfrutarlo sin rubor y, de vez en vez, lo adoptaron yvaloraron. Falta añadir, es lo más suculento, que cuando reaparecieron los expatriados, lo hacían acompañados de nuevos fieles practicantesy con un repertorio mejorado por el intercambio de ingenios con demásterrícolas, alimentando al fin nuestro sano crecimiento. La que vienees parte decisiva de esta rica rica historia, configurada en la EdadContemporánea con aires de Andalucía, una historia tan flamenca, sonson, para que tú la goces, son son, para contársela al viento. ¿Nosacompaña en la batida? Comencemos instruyendo al que no sabe o noacierta a explicarse. No sé llámenme simple, táchenme de intriganteo, directamente, pónganme de traidor, pero va a ser que: ¡laabrumadora colectividad de soberanos artistas flamencos, primerosrepresentantes trasatlánticos de nuestros aires, las figuras quesentaron plaza flamenca en NYC y, desde el Manzanón, siguiendo unaaventura que en París comenzó, se pusieron el mundo por montera,hechas las excepciones excepcionales, andaluces no fueron! ¡Y muchosni tan siquiera españoles!, pero de esos a los que, tan imbuidos deflamencura, no se les vio ni la matrícula ni el pasaporte en su laborprofesional.