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de AA.VV
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Ebook2,58 €España es el primer país al que llegó el arte renacentista desde su gestación en Italia. Al principio fue un producto de la relación de las ciudades de la costa mediterránea con la península itálica, para convertirse pronto en señal de distinción de una nobleza que quería expresar no solo poder, sino también buen gusto, labor de mecenazgo y cultura. En su inicios italianos (y, más concretamente, toscanos), el Renacimiento fue la consecuencia, casi inevitable, de una tradición técnica y artística que apenas había sido rozada por el ciclón gótico que modificó para siempre a buena parte de Europa. En Italia la llama de la Antigüedad nunca se apagó del todo, por lo que los pioneros Masaccio, Brunelleschi o Donatello no tuvieron más que avivar las brasas conservadas durante toda la Edad Media.
Exportadas a territorios como el nuestro, donde la cultura artística medieval mantenía su vigencia, las formas renacentistas tuvieron al principio un cariz aristocrático, casi a la manera de una imposición por parte de una clase dominante que hacía ver así su superioridad social e intelectual, sus conocimientos. Esas formas, inspiradas en las que ofrecían los monumentos antiguos, eran expuestas en las portadas y en los salones como las rarezas que certificaban a la vuelta la experiencia de un viaje extraordinario. El nuevo repertorio no tardó en aclimatarse a nuestro suelo (en el que, no en vano, la herencia de la Antigüedad también era notable), asociándose con las tradiciones gótica y andalusí para dar lugar a algunas de las aportaciones más singulares y notables a la cultura europea del Renacimiento.