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TERMINOLOGÍA Y COMUNICACIÓN CIENTÍFICA Y SOCIAL (Libro en papel)

TERMINOLOGÍA Y COMUNICACIÓN CIENTÍFICA Y SOCIAL
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Editorial:
EDITORIAL COMARES
Año de edición:
Materia:
Lingüística
ISBN:
978-84-9045-212-7
Páginas:
224
Encuadernación:
Rústica
Colección:
INTERLINGUA
Idioma:
Castellano

TERMINOLOGÍA Y COMUNICACIÓN CIENTÍFICA Y SOCIAL (Libro en papel)

Sinopsis

Se ha asociado frecuentemente la terminología con los campos científicos y técnicos tradicionales. No en vano en los siglos XVII-XVIII surgieron las nomenclaturas científicas, como preludio de lo que dos siglos más tarde se tomaría como base de la terminología en tanto que disciplina organizada. La razón esencial de las nomenclaturas en ciencia era la necesidad de precisar el conocimiento científico más allá de las denominaciones existentes en las lenguas naturales. Para el especialista en medicina, por ejemplo, era necesario contar con una Nomina Anatomica que contribuyera a designar unívocamente las partes del cuerpo humano al margen de la interpretación a la que las denominaciones en una u otra lengua podían dar lugar. La terminología nacía así confundida con la nomenclatura. La necesidad de precisar de forma inequívoca la referencia a una especie botánica, a una parte de la anatomía humana o a un elemento químico condujo al científico a adoptar un sistema denominativo al margen de las lenguas naturales. Era en este sistema donde ellos encontraban la precisión rigurosa que exigía la ciencia.
La segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX fue el momento estelar de la técnica. Con la revolución industrial los nuevos artefactos de la técnica se multiplicaron extraordinariamente y se expandieron más allá de las fronteras de cada comunidad lingüística. Se estaba anunciando lo que sucedería un siglo más tarde. La expansión de la técnica supuso además la diversificación de los agentes que intervenían en su proceso de transmisión.
Pero en la comunicación técnica, a diferencia de la homogeneidad existente en la comunidad científica, participaban diferentes colectivos profesionales, cada uno con sus objetivos específicos. En el largo proceso que va desde la invención de un producto técnico hasta su comercialización y consumo aparecen implicados un número importante de colectivos: inventores, diseñadores, publicistas, comerciales, intermediarios, consumidores, etc. Cada colectivo, con funciones específicas, tiene conocimientos distintos sobre el producto técnico en cuestión, tanto por su grado de competencia en la materia como por la priorización de unos aspectos del tema sobre otros. Así pues, la posibilidad de adoptar un lenguaje creado al margen de las lenguas para representar y transferir los conocimientos técnicos quedaba fuera de sus posibilidades. La terminología escapaba a su control. Frente a la decisión de los científicos de asegurar la precisión comunicativa mediante la acuñación de nombres científicos creados expresamente para superar las diferencias lingüísticas, los técnicos no podían monopolizar el proceso de transmisión de su temática y, por lo tanto, no podían controlar la terminología utilizada. Para paliar este desajuste surge en el ámbito de la ingeniería una nueva propuesta: la normalización terminológica. Se trata de fijar en cada lengua una denominación única para la comunicación especializada sobre el tema. A diferencia de las nomenclaturas científicas, acuñadas sobre la base del latín, la terminología normalizada requiere un proceso de discusión y fijación de una forma denominativa en cada lengua.
Desde estas primeras iniciativas «terminológicas» hasta nuestros días la terminología ha sufrido cambios importantes.
En primer lugar, se ha pasado de una concepción asociada estrictamente a la ciencia y la técnica a la aceptación de que poseen terminología «propia» todos los campos que requieren una comunicación precisa y eficaz.
En segundo lugar se ha ampliado la tipología de los campos de trabajo terminológico. Inicialmente se consideraba que sólo los ámbitos científico-técnicos eran objeto de la terminología y que las unidades que manejaban el resto de campos no eran términos sino palabras del léxico común. Actualmente se acepta que todos los ámbitos de actividad poseen y manejan términos, si por término se entiende la unidad léxica que, en el contexto de dicho ámbito profesional, sirve para denominar específicamente las unidades de conocimiento, o conceptos, que constituyen el contenido de dicho campo. Con esta apertura sobre los contenidos, han pasado a ser ámbitos de especialidad todas las actividades económicas, comerciales, agrícolas, artesanales, deportivas o culturales.
La concepción restrictiva inicial, impuesta a la terminología por determinados planteamientos teóricos, negaba el carácter de «término» de las unidades propias de campos híbridos en los que los saberes y las prácticas se entremezclan constituyendo dominios de actividad peculiares con un objeto nuclear, aunque no constituyan por sí mismos una disciplina en el sentido tradicional. Así, podemos hablar hoy con total propiedad de la terminología de la piedra, de la cerámica, de la moda, de la piel o del aceite de oliva, campos de los que se ha tratado en este encuentro llevado a cabo en la histórica ciudad de Baeza. Y las personas que se mueven profesionalmente en cada uno de estos campos se consideran expertos, en la misma medida en que lo son, en sus respectivos campos, los zoólogos, los botánicos o los médicos.
Si hacemos caso de la definición de la palabra «experto» del diccionario y tomamos su sentido literal de «persona entendida o hábil en la actividad que le es propia», podemos decir con propiedad que existen expertos más allá de los ámbitos científico-técnicos y que en la comunicación experta siempre se usan denominaciones precisas; tan precisas como las de la ciencia o la técnica y a veces tan desconocidas para los no expertos como los términos de cualquier materia científica.
No podemos pues restringir la terminología a los campos en los que tradicionalmente la han situado la mayoría de especialistas, si aceptamos que son términos todas las denominaciones precisas (en cuanto al conocimiento que expresan) propias de la comunicación entre expertos de un ámbito definido (aunque puedan formar parte del discurso de divulgación destinado a legos) y relativas a un ámbito de conocimiento y actividad relacionado con lo profesional. Los términos, en la nueva concepción de la terminología, se definen propiamente como aquellas unidades del léxico de las lenguas que, en un contexto temático y pragmático-discursivo determinado, activan un sentido preciso y delimitado nítidamente de otras unidades similares del mismo campo o de campos distintos. Con esta definición se recupera para los términos su condición de «lenguaje natural» separándolos de las nomenclaturas, que se han acuñado artificiosamente.
Todas las actividades especializadas, y las relacionadas con lo profesional forman parte de ellas, disponen de terminología, porque no es la temática de un dominio lo que determina que las unidades que se usan en él sean o no términos, sino las características lingüísticas de dichas unidades.
Estas características podemos agruparlas en tres apartados: características lingüísticas, características cognitivas y características pragmáticas.
Un término debe cumplir la condic

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