¿Necesitas ayuda? Llámanos al 967 225 863
de BLASCO IBAÑEZ,VICENTE
de BLASCO IBAÑEZ,VICENTE
La capital dominadora y triunfante parecía abrumar el espacio con su pesada grandeza. Era hermosa y sin piedad. Arrojaba la miseria lejos de ella, negando su existencia. Si alguna vez pensaba en los infelices, era para levantar en sus afueras monasterios, donde las imágenes de palo estaban mejor cuidadas que los hijos de Dios, de carne y hueso; conventos de monstruosa grandeza, cuyas campanas tocaban y tocaban en el vacío, sin que nadie las oyese. Los pobres, los desesperados, no entendían su lenguaje: adivinaban lo falso de su sonido. Tocaban para otros; no eran llamamientos de amor: eran bufidos de vanidad.
Alguna vez la horda dejaría de permanecer inmóvil. Los que entraban en Mardrid al amanecer se presentarían a mediodía. Ya no aceptarían los despojos: pedirían su parte; no tenderían la mano: exigirían con altivez.