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de LÍA D'ACOSTA
de LÍA D'ACOSTA
El epitafio de mis padres perpetraba mi mente lacerante. La tierra todavía estaba húmeda, así que al intentar tocar aquel pedazo de roca sentí frías mis rodillas. Rolando había estado junto a mí en cada momento, mas él no comprendía lo que significaba su partida. No habíamos alcanzado a salvarlos, pero lo que profundamente apremiaba mi pecho era que no podría continuar con su labor, no me sentía capaz de asumir aquella responsabilidad. Sin despedirme tomé ropa, mochila, armas y me fui. Caminé con mi escopeta sujeta no sé por cuántos kilómetros, hasta que mi mano se durmió. Así pasé días esquivando hordas de todas clases y tamaños. Las enseñanzas de Omar me sirvieron para ser invisible y alimentarme, hasta que me trajeron aquí.