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Dos de los rasgos más importantes del seguimiento cristiano son la
libertad y la alegría, dones de Dios y garantía de que vamos en su
camino, aun cuando circunstancias como miedos, preocupaciones, heridas,
personalismos, cansancios, tentaciones, presiones ajenas, etc. puedan
resultar costosas.
Tras la llamada inicial, siguen llamadas a
compartir sus encargos, a asumir el peso de los afanes y trabajos de
este mundo. Su amor “nos apremia” –en palabras de san Pablo– a compartir
algo de lo mucho recibido, a sembrar en la realidad algo del bien que
nos ha sido dado.
Nuestro Dios es un Dios insistente, amorosa y
curiosamente empeñado en tomar espacio en nuestra vida. Es un huésped
paciente y respetuoso con nuestra libertad, pero tenaz, convencido de su
plan. Una vez que hayamos concedido atención a su persona mostrará
nuevas intenciones. Por eso, aunque tengamos la sensación de haber
llegado a una relación de mayor intimidad y compromiso con Dios siempre
hay un “más” que nos desafía atrayentemente y espera de nosotros nuevos
niveles de consentimiento a su amor.